lunes, 4 de agosto de 2014

EMPIEZA EL VERANO DE VERDAD

Cuando Barcelona entra en su fase veraniega, la gente arrastra sus sillas a la calle y se queda ahí hasta las tantas, anochece a las diez y media por la noche y por las calles hay por lo menos cuatro idiomas que se hablan a la vez. Por las mañanas las golondrinas obscurecen el aire y uno se siente como una vasija de barro que se va cociendo a fuego lento en el horno gigante de algún ceramista intergaláctico.

La otra noche hice un derive desde el Raval hasta el Putxet, pasando por el barrio Gotico y parte del Eixample, porque no hace falta ser turista para pasearse por esta Barcelona de los desesperos y las alegrías a contrapelo. En la rambla, atascadas entre los árboles como luciérnagas de plástico, brillaban esas luces azules que los pakistaníes lanzan al cielo y bajan girando a cámara lenta. Por la plaza del Ajuntament, avergonzada quizás por el escándalo de corrupción de la familia Pujol, la senyera se había enredado en su mástil y se resistía a ondear, mientras la rojigualda bailaba con el viento con el desenfreno histérico de una folklórica suelta en el plató.

Alguien cantaba en la plaza del Pi  y una manada de cuerpos bronceados y cabezas rubias bajaba por Via Laietana buscando el susurro acompasado del Mediterráneo.

A veces me da pena constatar que todos los turistas parecen o completamente ingenuos y perdidos o rematadamente vulgares y estúpidos.  Me pregunto qué tipo de turista soy yo, aunque hace mucho que no he ido a ninguna parte como turista al cien por cien.

Faltan diez días para partir.  Y el destino me acaba de regalar cuatro días de gloriosa soledad; regalos que suelo desperdiciar perdiendo el tiempo y estrellándome contra las ventanas como un gorrión olvidado dentro de una peluquería.

Empieza el verano de verdad y los andenes se llenan a mediodía.  El aire caliente se te pega a la piel como una molesta lapa y lo único que quieres hacer es olvidarte de la rutina, partir a otro lugar de aires distintos, y vagar por sus calles con un aspecto desesperadamente ingenuo, completamente perdido o irremediablemente estúpido.

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